sábado, 23 de abril de 2022

miércoles, 13 de abril de 2022

La casa, el hogar, uno lo anda puesto en su cuerpo, su sentimiento y su vivir


Volví entonces a las acogedoras paredes de madera, al tránsito del aire que viene del oeste.

Quiubo, todo bien?

Pues aquí, un poco atrasado con el envío. Después de mucho pensarlo esto es lo que salió, veamos: 

En créole de Haití la palabra casa (lakay) también se usa para hablar de lo que es propio. Lakay mwen significa “mi casa” y Kilti Lakay “nuestra cultura”. Me gusta esa expresión, porque habiendo vivido una vida de trotamundos siempre pensé que la casa, el hogar, uno lo anda puesto en su cuerpo, su sentimiento y su vivir. También porque creo que gran parte de lo que define lo propio circula alrededor de lo que uno considera hogar, nido, espacio seguro para estar y recuperar.


Hoy, de nuevo, me encuentro en un momento de cambio. Los años de la pandemia coincidieron y propiciaron varios movimientos, una multiplicidad de espacios. En febrero de 2019 me mudé a Perú, alquilé un apartamento y me instalé para vivir ahí, cerca de mi hija. Por la situación debí salir en el último vuelo de rescate hacia Costa Rica, con el alma en un hilo, porque dejé mi casa vacía, despoblada. Esa casa pequeña me protegió y ahí pasé un tiempo corto pero muy hermoso con Eva. Todos los días bajaba los doce pisos del edificio para mantenerme en forma, y ahí encontré una compañera. La casita del piso 6, de la que ya escribí...




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Luis Rolando Durán Vargas 
América Latuanis

A la puerta del laberinto, o dentro de él, ese recurso es poco útil

Entramos en un laberinto con la respiración agitada, a veces con ganas de seguir, con curiosidad o con el instinto de supervivencia encendido.


Quiúbole, ¿qué tal el cierre de marzo? el año tiene ganas de irse muy rápido.

Hoy quiero hablar de laberintos. De esos lugares que se encuentran perdidos entre la realidad, la oscuridad de la memoria y los rincones de la comprensión inconclusa.

Creo que todo el mundo ha enfrentado alguna vez el momento en que las narraciones sobre aparecidos fantasmas, escenas místicas y de otro tipo en los que la razón y el conocimiento preexistente ya no alcanzan. Entramos en un laberinto con la respiración agitada, a veces con ganas de seguir, con curiosidad o con el instinto de supervivencia encendido.

Curiosamente, aunque invoquemos el conocimiento racional, a la puerta del laberinto, o dentro de él, ese recurso es poco útil. Se gasta y no alcanza para rescatarnos del miedo. 

En la niñez del campo, los fantasmas eran un recurso fabuloso para hacernos estar en la casa cuando comenzaba a caer la noche. Mirábamos por la ventana, sobre todo en días de luna, rebeldes ante la prohibición de salir cuando aún quedaba día. No entendíamos y el potrero invitador clamaba por goles, rondas, guayabitas del perú dime cuantos años tienes tú. Entonces, la mano peluda, el padre sin cabeza y una legión completa de asistentes materno/parentales acudía para obligarnos a no salir, con los pelos de punta, esperando en cualquier momento el agarre frío, o la presencia glacial subida en un caballo...

(seguir leyendo en "Desde la ventana")


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Luis Rolando Durán Vargas 
América Latuanis